Martes, 26 de febrero del 2019
Te encuentras en tu coche atascada en un embotellamiento, tarde para aquella cita tan importante. El reloj sigue avanzando y, con cada minuto que pasa, tu preocupación aumenta. Mientras esto sucede, tu hipotálamo recibe la señal para empezar a actuar y aumenta la producción de cortisona. Entonces, tu cuerpo entra en estado de alerta y comienza a alistarse para enfrentar un peligro: tu ritmo cardiaco se acelera y tus músculos se preparan para entrar en acción. ¿Te suena familiar? Al menos nosotros nos declaramos culpables.
El estrés no es más que una reacción fisiológica ante el peligro. Tu cuerpo percibe un riesgo potencial y activa sus mecanismos de supervivencia. En teoría, una vez que la amenaza desaparece, tu cerebro debería de ser capaz de reconocer que todo está bajo control y calmar a tu organismo. Aunque la realidad es que nadie es inmune a estos episodios y es cuando son prolongados que pueden empezar a dañar tu salud.
Mucho se dice sobre los efectos de éste sobre tu cuerpo. Que si reseca tu piel, que si daña tu melena, que si provoca brotes en el cutis… en fin, la lista es infinita. En verdad, a periodos prolongados de estrés, todos los cuerpos reaccionan diferente, aunque algo podemos asegurarte: estamos ante el culpable de esos kilitos de más.