"El Juego del Calamar" La serie de Netflix que no puedes dejar de ver

Miércoles, 22 de septiembre del 2021

¿Recuerdan el juego de “Un, dos, tres calabaza”? Si no lo conocen (o quizá lo ubican por otro nombre), han de saber que era bastante divertido con algunos momentos de tensión. El juego consistía en que un grupo de niños se debían ubicar en línea recta en una parte del patio mientras uno de ellos se paraba frente al grupo en el otro extremo del lugar (como si fuera un director de orquesta).
 
La o el niño elegido, debía gritar “un, dos, tres calabaza”, la señal para que el resto corriera hacia él/ella. En cuanto gritara “¡Ya!”, todos debían detenerse y quedarse estáticos. Quien se movía, perdía el juego. O quien se moviera ante un engaño como “un, dos, tres camarón”, perdía también. Digamos que era una versión extrema de “Las estatuas de marfil”.
 
 
Se trata de un juego divertido y que nos mantuvo activos un buen rato durante nuestra infancia. Entonces, ¿por qué lo dejamos de jugar?, ¿por qué un día ya no le entrábamos a los “Quemados”, “Las traes”, “Policías y ladrones”, a los “Listones” y todas esas cosas divertidas?
 
La respuesta parece simple: crecimos. Pero es más compleja. Crecer implica tener otros intereses, por lo que deja de ser divertido corretear a alguien (en un sentido literal) y empiezas a corretear a otras personas con fines más… pasionales. Ustedes nos entienden. Dejas de jugar y te sientas a conversar, a hablar de parejas, de los problemas que ahora entiendes que hay en casa, de tu cuerpo, de la escuela.
 
Sigues creciendo y ya no es divertido contarle a alguien sobre tu relación, pues esta se ha puesto más seria. Ahora debes hablar de salir de casa de tus padres, de construir una familia, pero también de los costos monetarios por no decir los emocionales. La tensión de no moverte un día se convierte en la tensión por pagar tus deudas,.
 
 
Ahora bien. Teniendo eso en mente, imaginen esta situación. Han acumulado algunas deudas y están desesperados. Un día llega alguien y les ofrece entrarle a un juego en donde hay mucho dinero de por medio (y ojo, el dinero no es suyo, es de la otra persona). Deben aceptar y dar unas buenas cachetadas hasta que alguien se asume ganador y se lleva todo el dinero (una buena cantidad de lana, han de saber). ¿Le entrarían si ese dinero les ayuda a cubrir una de las deudas?
 
Esa es la primera premisa de El juego del calamar (Squid Game), una nueva producción coreana para Netflix que con su primera temporada, ha superado las expectativas y se ubica entre las tendencias más fuertes. Aquí, conocemos a 456 personas desesperadas entre las deudas, una vida precaria y la falta de oportunidades. 
 
Todas y todos, entre verdades a medias, aceptan entrar a un juego  con la promesa de recibir dinero. Lo que no saben es que si pierden el juego, mueren. Así, el primer reto es jugar “Un, dos, tres calabaza”, y quien se mueva, recibe un disparo. De 456 personas, sólo sobrevivien 201. 
 
 
Al día siguiente, conmocionados por lo sucedido y con el miedo de morir, ruegan que el juego se termine. Por lo que los organizadores someten la decisión en un ejercicio democrático. Si la mayoría decide detenerse, podrán irse; si deciden quedarse, le deben entrar a todo. 
 
Y todavía no viene lo más interesante en El juego del calamar. Antes de la votación, les muestran la enorme cantidad de dinero que se acumuló con el primer juego. Por cada persona que pierde la vida, se aumenta la cantidad. La persona que supere los 6 juegos, se lleva todo el dinero. Si la mayoría vota por no seguir, el dinero se le dará en forma de compensación a los familiares de las víctimas.
 
¿Adivinen el resultado? Pero háganlo considerando la desesperación por salir de la pobreza, la idea de que no tienen nada que perder, y por último: si regresan a su realidad, no tendrán una oportunidad como la que tienen enfrente. El juego del calamar es una mezcla entre el drama y una comedia que pone al centro de su historia una pregunta que no podemos resolver: ¿cuánto valemos? 
 
 
En El juego del calamar las y los concursantes tienen distintas razones para estar ahí. El protagonista, Ki-hoon, debe mucho dinero entre deudas por apuestas, y lo que quiere es cuidar a su madre y poder ver a su hija antes de que se mude a Estados Unidos. Por otro lado, Sae-byeok huyó de Corea del Norte y debe conseguir el dinero necesario para sacar a sus padres. 
 
Todas y todos han sido seleccionados de manera cuidadosa por los organizadores del juego para que no sólo resistan, sino que quieran estar ahí a costa de su vida y la de los demás. Lo que es más impresionante en El juego del calamar es que a diferencia de El fugitivo o Los juegos del hambre, todo sucede en un contexto bastante real. Nadie vive en un distrito oprimido ni hablamos de un imperio comandado por la televisión.
 
Todo está en una realidad que conocemos con problemas cercanos como el de una madre soltera, de un sujeto que ha evadido impuestos, de un apostador o una desertora. Todos llegan a una enorme arena, la cual se encuentra aislada en una isla, para vivir el horror de la desesperación en su máxima expresión. El juego del calamar no se cansa de repetirnos que todas y todos existen, y otros tantos, en nuestra realidad, se la juegan todos los días. 

 

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