Christian Nodal: el enigma de un artista en evolución

Martes, 25 de junio del 2024

 

??Visionario. Rebelde. Polémico. Creativo. Carismático. Innovador. Complejo. Incomprendido. Romántico. Inmaduro. Interesante. Artista. ¿Cuál de estos adjetivos es capaz de definir al verdadero Christian Nodal? En la búsqueda de una respuesta, platicamos con el cantautor sonorense, quien está estrenando un disco que él mismo llama su “obra maestra”.

Llevamos cerca de una hora esperando a Christian Nodal. Estamos en las instalaciones del Centro Cultural Teatro 2, en la colonia Roma de la Ciudad de México. Las luces, el set y las cámaras están listas desde hace poco más de media hora. El equipo editorial de GQ México atraviesa una tensa calma: todos quieren ver al protagonista del día, pero el protagonista del día aún no se siente a gusto con su apariencia. El retraso sólo hace que la expectativa crezca.

 

Las emociones van de los nervios al estrés: estamos a punto de entrevistar y fotografiar a una de las figuras más relevantes de la música mexicana contemporánea. ¿Le gustarán las preguntas? ¿Llegará amable y colaborativo? ¿O arrogante y monosilábico? ¿Y si esta pérdida inicial de tiempo hace que sólo podamos hablar con él unos minutos? La frágil burbuja de silencio construida alrededor de la paranoia —la mía especialmente—, revienta: un rumor se escucha desde el área de vestidores. “Ya viene”, dice un asistente. Respiro. Llegó el momento. Me acerco al set donde se llevarán a cabo las primeras fotos. Observo.

 

La primera impresión es demoledora: Nodal aparece ataviado con un impecable traje blanco de dos piezas, acompañado de un par de guardaespaldas y un vaso en la mano. Hasta ese momento entendemos por qué, minutos antes, su equipo había solicitado utilizar nuestros teléfonos “únicamente para lo necesario” y evitar las fotos: el intérprete de “De los besos que te di” llega de la mano de Ángela Aguilar, que aparece con un pantalón negro, blusa blanca y una gran sonrisa en el rostro. Es evidente el amor entre ambos: las miradas de complicidad, los gestos sincronizados, el roce de las manos y los cumplidos espontáneos, especialmente de la menor de la dinastía Aguilar que suelta un: “¡Te ves muy guapo!” en cada oportunidad. Nodal sonríe y le da sorbos a su trago. Es lo más parecido a un auténtico rockstar que he visto en mi vida.

Christian comienza a recibir indicaciones del fotógrafo. Surgen las risas, los halagos a sus poses, las pláticas casuales. El ánimo está por los cielos: el mundo es una fiesta y Nodal, nuestro anfitrión. El cantante sugiere un par de movimientos y la cámara hace lo propio: el retrato es casi perfecto. Mientras acomodan la parte baja de su pantalón, alguien le rellena su vaso: bebe lentamente, disfruta el momento. Sigo contemplando a la distancia: en ese pequeño instante de soledad, echa la cabeza hacia atrás y mira al techo. Hay algo de melancólico en la escena: al tiempo que todos lo celebramos, él, con la mirada perdida, parece pensar profundamente en algo. ¿En qué puede estar pensando Christian Nodal?

La obra maestra de Christian Nodal

“Ustedes no saben cuántas veces soñé con este momento. Estar aquí, en el Auditorio Nacional, cantándole a mi gente y recibiendo todo su amor, es increíble”, dijo Nodal —palabras más, palabras menos— en cada una de las cuatro noches que se presentó, en junio de este año, en uno de los recintos que mejor cuenta la historia musical de México. El niño que a los seis años tocaba la trompeta con su padre y al que su madre le enseñó a cantar, había hecho su sueño realidad. Fueron cuatro noches consecutivas en el escenario de Paseo de la Reforma en el que miles de voces corearon sus canciones a todo pulmón.

 

En el teatro, los tiros con el primer outfit son bastante rápidos. Se cambia de ropa. Se prueba un look basado en la nueva colección de Louis Vuitton. Sus tatuajes, visibles en todo el cuerpo —incluyendo la cara—, se han vuelto uno de los sellos que lo distinguen. Se le ve relajado, suelto; incluso hace un par de bromas respecto al tiro del pantalón. Alrededor, todos ríen: el nubarrón que parecía haber invadido su mente minutos atrás se disipa en segundos.

 

Suéter azul, pantalón de vestir, pelo relamido, zapatos de charol. La ropa que trae poco o nada tiene que ver con la imagen de chico malo que en ocasiones parece querer transmitir. Posa con naturalidad y seguridad. Entre foto y foto, su actitud es tranquila, amable, introvertida. Cuando la cámara hace clic, algo se transforma: aparece el Christian frontal, aventado, seductor.

En las butacas del teatro, sigo observando. Se pide un poco de silencio en la sala para avanzar más rápido. De repente, toma una guitarra y canta un par de fragmentos de sus canciones. El poderío de su voz, sin la necesidad de micrófonos ni amplificadores, hace retumbar la acústica del foro. La piel de todos parece enchinarse por instantes. Lo confirmamos: es uno de los artistas más grandes de su generación, esa que ha transformado la tradición mexicana en una experiencia global.

Nodal pertenece a esta nueva oleada de artistas —en su mayoría originarios de estados del norte y centro del país, como Sonora, Sinaloa, Nuevo León, Jalisco y Guanajuato— que está transformando la industria musical. El intérprete de “Botella tras botella” nació, precisamente, en Caborca, un municipio al noroeste de Sonora. Jaime, su papá, y Cristina, su mamá, se conocieron cuando formaban parte de un grupo musical. Desde entonces, las melodías han sido parte fundamental de su vida. “Vengo de un pueblito que básicamente no aparece en el mapa, por eso pienso que lo que me ha pasado es muy bello. Quizás esto inspire a otras personas para que consigan sus metas. Al final, mi música es eso: una invitación a soñar, a romperla, llegar a otro lugar”, dice.

 

Aunque nació en un estado en el que tradicionalmente se componen y consumen corridos, a él le gustaba de todo, especialmente el rap español. Se niega a que lo encasillen en un estilo y asegura que “escuchar un género no te define como persona”. Le molesta que piensan que por cantar regional mexicano siempre tiene que quedarse en lo mismo. Quizá por eso en sus conciertos se da espacio para interpretar todo tipo de cóvers, de Hombres G y Selena a Juan Gabriel, Maná y Plastilina Mosh. “Es curioso. Con la canción ‘Adiós amor’ la gente pensó que yo cantaba mariachi, pero los mariachis me decían que lo que hacía no era su música”, asegura. “Y sí, nunca usé los violines y las trompetas de forma tradicional, sino que busqué sonidos como el del acordeón norteño. No sabía de charrería y tal, me tocaba aprender. Pero tampoco quería ser falso y por eso nunca salí vestido de mariachi: quería respetar esa cultura. Fue entonces que dije: ‘Si no soy ni una cosa ni otra, pues seré mariacheño’, que es una mezcla de mariachi con norteño. En eso sí soy pionero y nadie me lo puede discutir”, dice entre risas.

 

Al igual que él, sus colegas de profesión han buscado hacer propuestas originales acorde a su generación y han experimentado con la música, sin las reglas ni los límites de géneros que existían en generaciones pasadas.

 

Aprovechando, le pregunto por una declaración que hizo hace poco, en la que afirmaba que siempre tuvo ganas de romper los límites de la música tradicional mexicana. “Deconstruir el regional mexicano es el mérito más grande que tengo”, contesta orgulloso, mientras deja su vaso a un lado por unos segundos.

 

“Al principio de mi carrera sentí una presión enorme por la expectativa que la gente tenía de mí: todos querían que me convirtiera en el abanderado del mariachi mexicano, pero nunca sentí que ese debía ser mi destino”. Hace una pausa. Toma un cigarro, lo enciende, suelta el humo y dispara: “¿Sabes lo que pasa cuando a un artista le quieren cortar la creatividad? Deja de hacer arte”. Su claridad sorprende, sobre todo porque hace pensar que, en efecto, Christian fue uno de los primeros artífices de lo que hoy se conoce como la norteñización de la escena: sin muchos de sus atrevimientos musicales, estilísticos o de comunicación, quizá hoy el mundo no aceptaría con tal apertura a personajes como Peso Pluma, Natanael Cano, Fuerza Regida, Grupo Firme, Eslabón Armado y muchos más.

 

Hace unos meses lanzó la canción “La intención”, justamente con Peso Pluma, y durante varias semanas estuvo en el primer lugar de las listas de éxitos en varias plataformas de música. Y, por supuesto, de esta generación que actualmente domina los charts globales tiene algo que decir: “Me da mucho gusto ver cómo la están rompiendo, porque son un grupo de soñadores que han sabido comerse el mundo con las herramientas que la vida ha puesto a su favor”, me contesta mientras se inclina hacia delante y gesticula con emoción genuina. Toma su vaso nuevamente.

 

No deja de parecer raro que, a pesar de tener sólo 25 años —más o menos la misma edad de todos estos artistas mencionados arriba—, Nodal no es considerado parte de ese movimiento por una parte del público. “Lo que sucede es que…”, comienza a responder, antes de hacer una larga pausa y tirar los ojos hacia arriba, como si estuviera buscando las palabras exactas para explicar algo que, parece, ha pensado muchas veces. “Te pongo un ejemplo: el otro día me junté con Hassan (Peso Pluma) y el cabrón me dice: ‘Yo te escuchaba en la prepa’. Sólo le contesté: ‘¡Pero si sólo eres unos meses menor que yo!’”, confiesa antes de soltar una carcajada que se contagia entre el pequeño grupo de personas que estamos presentes. El misterio se aclara: al revisar su biografía, nos damos cuenta de que alcanzó la fama mientras era prácticamente un adolescente; hecho que, paradójicamente, lo ha colocado en una categoría distinta al resto de sus colegas.

 

Le pido que me platique de su nuevo disco, llamado Pa’l Cora, que está estrenando este verano. El rostro se le ilumina de inmediato. Mientras cuenta los detalles, da unos pequeños golpecitos en la pierna, como si fuera un niño sobrestimulado que quiere compartir sus aventuras. “Llevo soñando con este disco desde hace mucho tiempo. Lo grabé en Francia, en los Estudios Miraval, por donde han pasado muchas leyendas. Pude traer a mi banda completa y construir el álbum desde cero. Creo que logré desquitar muchas de mis inquietudes creativas, pues tiene canciones que juegan con el blues, el country, la bachata, el rock, la cumbia y hasta el techno, sin abandonar mi estilo. Puedo decir, con toda confianza, que es mi obra maestra. Más porque fue la primera vez que tomé un tiempo para vacacionar y estar conmigo. Es un proyecto en el que viven todas las partes de mi corazón”. Cuando platica, su voz y gesticulaciones crean una ilusión: siempre genera confianza y simpatía.

 

“Debo verme diferente”

No es menor cosa que haya llegado a la cita acompañado de Ángela Aguilar, con quien canta a dueto la canción “Dime cómo quieres”. No lo es porque, apenas un par de días después de la sesión con GQ, la pareja dio a conocer su relación y se desató un huracán en los medios: desde los más chismosos hasta los más serios. Incluso ahora, resulta complejo sacar una reflexión, idea o conclusión del encuentro con el cantante. Es complejo porque navegar entre el juicio social y la experiencia personal no es tarea fácil.

Si tuviera que hacerlo, el encuentro con Nodal lo podría definir —o resumir— por claroscuros: durante las cinco o seis horas que convivimos con él, vimos a un hombre pasar de la alegría a la melancolía, de la euforia a la calma, de una actitud de rockstar a una tímida. En la charla, confesó ser un hombre que está aprendiendo a vivir con lo bueno y lo malo que habita en él. Pienso que, tal vez, su música siempre se ha tratado de eso: mostrar que el arte, en su misión más pura, busca calmar a los agitados y agitar a los tranquilos.

 

En ese sentido, Nodal parece no poder evitar su naturaleza contestataria o confrontativa: en un arranque de sinceridad, confesó que uno de sus mayores errores ha sido no escuchar a gente con más experiencia, pues cada que alguien le ha dado un consejo, advirtiéndole sobre los peligros de hacer algo, su reacción ha sido pisar el acelerador para comprobar qué tan real era ese riesgo.

 

Nadie puede saber en realidad si ha aprendido algo —o no— de lo que ha vivido en tiempos recientes. Lo que sí puedo asegurar, al menos yo, es que hay algo en su persona que se siente plenamente consciente de lo que le rodea. ¿El esfuerzo o la intención es suficiente? Nadie lo sabe, pero, en última instancia, es evidente que está encauzando esas emociones hacia un mismo lugar: escribir canciones desde un sitio de profunda honestidad en el que, a pesar de cualquier crítica, conecta con muchísima gente.

 

Pero dejemos la terapia para otro día. Estamos en la sesión de fotos. Lo acompaño de vuelta al camerino. De los tres espacios dispuestos para él, dos se encuentran llenos de sneakers, zapatos, pantalones, camisas, camisetas, trajes, accesorios y más elementos que dejan claro que le importa mucho su imagen. Sin embargo, a pesar de lo ostentoso de su armario, él sólo lleva un atuendo all black. Una chamarra Amiri que cuelga de un gancho me llama la atención. Se da cuenta, sonríe y me dice: “Es muy bonita”.

 

Se sabe que para él la moda es un tema crucial: “Siempre he pensado que uno tiene que ser real y honesto consigo mismo. Por más que seamos mexicanos, no andamos vestidos de rancheros o con el sombrero todos los días. A veces lo hacemos por amor a nuestros ancestros y cultura”, dice, ahora con una copa de martini en una mano y un cigarrillo en la otra. “Pero también somos jóvenes, vemos redes, admiramos a otros artistas y la moda tiene un encanto particular, pues es un arte que inspira a los demás. La parte visual habla mucho de quiénes somos, entonces, en un punto dije: ‘Si quiero que mi música sea diferente, debo verme diferente’”.

 

Otro detalle que sorprende de él es que es amante del cine. De hecho, decidió realizar un documental sobre Pa’l Cora con el fin de “mostrar a la gente cómo es el proceso de creación de un disco, sobre todo de mariacheño, género que inventé y me define”.

Esto me recuerda una tradición de la música anglosajona que consiste en estudiar a fondo y registrar varias obras magnas —como el Pet Sounds de los Beach Boys o el Let It Be de los Beatles— que no sólo permiten asomarse al centro creativo de artistas hoy fundacionales, sino que ayudan a contar una historia más profunda y, por ende, más humana: el arte como pretexto para marcar un punto de inflexión en la vida de sus creadores.

A pesar de vivir a máxima velocidad en tiempos recientes, con amores, desamores y el nacimiento de su hija Inti el año pasado, Nodal luce pleno. Sus ojos reflejan tranquilidad y, sobre todo, un aire de alivio, como la mirada de alguien que ha pasado por muchas cosas y que hoy se encuentra en paz. “La verdad es que estoy muy feliz. Me siento satisfecho con el camino recorrido hasta ahora, pero soy consciente de que aún tengo mucho por aprender y mejorar”, dice. Hace una nueva pausa, suspira y continúa. “También he entendido que todo lo que viene del corazón es válido. A veces dejamos pasar algunas cosas por miedo, pero al final todo vale la pena. Hoy, soy consciente de mis aciertos y errores. A lo largo de mi vida he sido muchas cosas, pero siempre he sido yo. Eso me llena de orgullo”.

 

El encuentro está por terminar y Nodal debe apresurar su partida. Luego de las últimas fotos, nos volvemos a cruzar por última vez. Estrecho su mano y me despido. Lo veo colocarse tras las cortinas del teatro. El vapor emanado del hielo seco cubre su rostro y cuerpo. El artista, el hombre del momento, el más punk del mariacheño y referente de la moda a nivel nacional, así como apareció, se fue.

Más allá de juicios o veredictos, la figura de Christian Nodal es tan interesante como compleja, clave para entender nuestra cultura actual y la eterna batalla de la persona contra la celebridad. El ganador de tres premios Grammy Latinos destaca como un pionero creativo que en ocasiones no ha sido reconocido a la altura que merece, como una figura que sigue impulsando la evolución de su arte y como un hombre que se somete al juicio público por sus decisiones de vida.

 

¿Cuál de todas las facetas de Christian Nodal nos debería importar? Todas, porque la vida, como la creatividad y todo aquello que realmente importa, no tiene un solo matiz: es la suma de sus restas y la constante dialéctica entre luz y sombra.

 

Sin mayores aspavientos, el sonorense se despide de todo el equipo editorial. Está en plena gira de conciertos y el antihéroe de las mil caras debe seguir su camino. A nosotros sólo nos queda escuchar su andar.

 

Fuente: gp.com.mx

 

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