Aprender a fracasar: así se vuelve a empezar tras la derrota
Viernes, 1 de noviembre del 2024
Aprendemos de nuestros errores, pero ¿tan difícil es aprender a fracasar? El fracaso y el error son dos experiencias con las que resulta tremendamente difícil familiarizarse, y cada uno de nosotros sabe lo difícil que es manejar el conjunto de emociones negativas asociadas, desde la ira hasta la tristeza.
Por eso también tendemos a hiperorganizar e hipercontrolar muchas de las actividades en las que nos implicamos mucho personalmente, ya sea un acontecimiento importante como una boda o un proyecto profesional. El hipercontrol nunca es una buena estrategia, pero nos permite engañarnos al pensar que todo en nuestra vida está dentro de nuestra esfera de influencia y que nunca tropezaremos o, peor aún, caeremos.
Fracasar es parte del camino al éxito
Sin embargo, si nos fijáramos siquiera en algunas grandes historias de éxito –incluso las que aparecen en estos 5 inspiradores libros sobre negocios para emprendedores–, nos daríamos cuenta de que el fracaso es frecuentemente un rito de paso indispensable, como me explicó una vez Raffaele Gaito, autor de L'arte della pazienza (El arte de la paciencia).
Tan solo el mundo literario nos ofrece varios ejemplos, como el de la creadora de Harry Potter, J.K. Rowling, quien, antes de convertirse en una de las escritoras más ricas del mundo, se separó, se quedó sin trabajo con un hijo pequeño y su manuscrito sobre el mago más famoso de los últimos años fue rechazado por doce casas editoriales distintas.
A Stephen King le fue aún peor: su primera novela fue rechazada treinta veces. Como contó en su autobiografía, fueron la perseverancia y la paciencia las que marcaron la diferencia en el camino que le llevó a convertirse en un escritor mundialmente reconocido y muy leído.
Paciencia que también debe consolidarse sabiendo que todo el mundo fracasa a lo grande tarde o temprano. Esto también lo reafirma una de las frases más conocidas de Michael Jordan, que una vez afirmó: “Puedo aceptar el fracaso, todos fallamos en algo. Pero no puedo aceptar no intentarlo”.
El peligro del inmovilismo
Porque sí, el riesgo de quedarse quieto por miedo al fracaso no es tan lejano: para algunos de nosotros, el temor a lo que gira en torno al fracaso es casi paralizante.
Es el caso de lo que la psicoterapeuta Roberta Milanese llama “el ganador”, es decir, ese guión conductual, familiar para muchos de nosotros, que acaba aprisionándonos en la creencia de que siempre debemos causar una buena impresión ante los demás. Pero el deseo de agradar a todo el mundo en cualquier circunstancia es insostenible, a pesar de que estas personas intentan eliminar el fracaso de su vocabulario, minimizando el alcance de sus propios errores, pasando la responsabilidad a los demás o evitando por completo aquellas circunstancias en las que suponen que tropezarían.
El deseo de perfección que nos condena al fracaso perpetuo
Hay otra actitud que nos sentencia a fracasar siempre, y es la que apela al perfeccionismo. Repitámoslo juntos en voz alta: nunca podremos ser criaturas perfectas, ya sea en nuestro aspecto físico o en nuestro desempeño profesional y social.
Es mejor hacer las paces cuanto antes con este saber que nos ahorra mucho dolor y, en todo caso, empezar a perseguir la excelencia, dedicando toda la energía necesaria para alcanzar los objetivos que nos son significativos.
Pero cuidado, para nosotros: que la vida de los demás no nos muestre lo que tendría valor en nuestras vidas, porque nos arriesgamos a participar en competencias cuyo premio quizá ni siquiera nos importe. Es un acto de extrema libertad elegir las propias prioridades y luchar por preservarlas.
Porque para muchos, por citar uno de los aspectos más significativos para nuestro cerebro, tener mucho dinero coincide con una vida plena –lo es para el 24% de los estadounidenses, según una encuesta de 2023 del Pew Research Center, difundida por Statista–, pero muchos otros han descubierto que se conforman con poco y se centran más bien en cultivar las relaciones con los amigos o en formar una familia –respectivamente, la “clave de la felicidad” para el 61% y el 26% en la encuesta que acabamos de citar.
O como lo que destaca el estudio anual sobre la felicidad realizado por Ipsos, que se llevó a cabo de noviembre a diciembre de 2021 entre más de 20,500 encuestados de 30 países: “lo más importante para ser feliz es la salud física y mental”.
Y sea cual sea nuestro objetivo, debemos recordar siempre que el fracaso forma parte del camino que nos lleva a considerarnos excelentes trabajadores, amigos o amantes.
¿Cómo prepararse para el fracaso?
Es posible hacerlo e incluso es recomendable si la simple te produce gastritis. La exposición voluntaria gradual al error también es útil en este sentido.
Como explica Giorgio Nardone en un artículo de GQ Italia, para familiarizarnos con el fracaso, podemos planificar pequeños errores –no desestabilizadores, como mandar a tu jefe al carajo de un día para otro– que nos permitan aprender a comprender y gestionar nuestras reacciones.
Esta estratagema nos ayuda a sacudirnos la rigidez que a veces nos complica la vida y nos permite afrontar cualquier fracaso con menos esfuerzo.
¿Cómo volver a empezar después de un error grave?
En el proceso de aprender a fracasar, estas tomas de conciencia nos ayudan, pero los momentos cercanos a un fracaso importante siempre son duros, no te lo contemos. Por eso también es útil disponer de estrategias prácticas para salir de las arenas movedizas de la desesperación. SELF reúne algunas ideas interesantes al respecto.
Para evitar dar vueltas en la espiral de la negatividad, por ejemplo, resulta útil ponerse a trabajar inmediatamente en una tarea que sepamos que está a nuestro alcance. Esto nos permite volver a sentirnos productivos y capaces, silenciando esa vocecita –que es nuestra propia voz– que nos dice que somos un fracaso total.
Para recuperar la convicción de que somos capaces de realizar muchas tareas y objetivos de forma excelente, podemos escribir en una hoja de papel cinco obstáculos importantes que hayamos superado en nuestra vida.
Por último, podemos cambiar el tono y los mensajes de esa vocecita que zumba en nuestra cabeza, obligándola a ser más amable con nosotros mismos: prueba a repetir en voz alta, si es necesario, “eres bueno o lo hiciste bien, aunque esta vez no lo hayas conseguido”.
El último paso es el más constructivo de todos: una vez que hayas aplacado los sentimientos desagradables, analiza qué salió mal e identifica formas de hacerlo mejor la próxima vez. Porque ya sabes, cometiendo errores siempre se aprende a hacerlo mejor.
Fuente. gq.com