La desconocida vida de Anthony Hopkins, el actor que solo aprendió a ser feliz al cumplir los 75

Lunes, 26 de abril del 2021

Cuando el pasado diciembre Anthony Hopkins (Port Talbot, Reino Unido, 1937) celebró en un vídeo de Twitter sus 45 años sin beber alcohol, la revelación sorprendió a sus seguidores. Su imagen pública es la de un actor de máximo prestigio en el teatro y el cine, gentil caballero británico y, desde hace un par de años, abuelo favorito de internet. Lo cierto es que Hopkins, que a sus 83 años ha batido el récord de edad en la categoría de mejor actor de los Oscar con su nominación por El padre, ha contado en varias ocasiones su lucha con el alcoholismo, la depresión y los ataques de ira. Y los remordimientos por abandonar a una hija recién nacida. Y su odio hacia Shakespeare y todo lo británico. Damas y caballeros, con ustedes: el otro Anthony Hopkins.

“Recuerdo el primer día de clase con aquel olor a leche podrida, pajitas y abrigos húmedos. Me senté ahí, completamente petrificado, y ese sentimiento se quedó conmigo durante toda mi infancia y adolescencia”, contó a la revista "Playboy", sobre sus primeros recuerdos en Port Talbot, la localidad siderúrgica del sur de Gales donde creció. Los profesores, los compañeros y sus padres le repetían que era demasiado tonto para cualquier trabajo. Nunca tuvo ningún amigo y se pasaba las tardes dibujando o tocando el piano. A veces ni siquiera asistía a su propia fiesta de cumpleaños. “Me sentía el más tonto de la clase, quizá tenía problemas de aprendizaje, pero era incapaz de entender nada. Mi infancia fue inútil y enteramente confusa. Todo el mundo me ridiculizaba”, reveló a The New York Times.
 
 
Richard Burton también era de Port Talbot y Hopkins el loco, como le llamaban entonces, lo conoció a los 15 años. “Me contó que se hizo actor porque no valía para ningún trabajo. Luego se montó en su Jaguar y se fue. No se veían muchos coches así en la posguerra. En aquel momento comprendí que necesitaba salir de allí. Dejar de ser quien era. Ser rico y famoso. Y empecé a soñar con vivir en Estados Unidos”, recordó Hopkins al rotativo neoyorquino a finales del año pasado.
 
 
En pocos años alcanzó el máximo prestigio al que aspira cualquier intérprete británico: protagonizar obras del National Theatre. Y cuando estaba encabezando la más importante de todas, Macbeth, se largó con la temporada a medias para rodar una película en Hollywood. “El teatro no encaja con mi personalidad ni con mi temperamento. Nunca lo disfruté. El teatro británico es muy académico y yo siempre he sido muy mal estudiante. No me gusta la autoridad, ya sufrí suficientes abusos de pequeño. Recuerdo que Katharine Hepburn, durante el rodaje de mi primera película, El león de invierno, me dijo: ‘Estamos en pleno enero en el sur de Francia y cobrando por ello. Esta es la mejor vida, ¡aférrate a ella!”, contaría en Vanity Fair.
 
Durante los setenta, Hopkins adquirió cierta fama de “actor temperamental”. Sufría ataques de ira durante los rodajes, llegaba a las manos con los directores o desaparecía sin dar explicaciones. Años después él mismo confesaría que, como no quería beber durante la jornada laboral, su agresividad surgía porque siempre estaba resacoso. El 29 de diciembre de 1975, Hopkins amaneció en un motel de Phoenix sin tener la menor idea de cómo había llegado hasta allí. No ha vuelto a beber desde entonces. “Admití que tenía miedo, lo cual me dio una libertad maravillosa. Me sentía inseguro, paranoico, aterrorizado. Temía no valer para nada, que no encajaba en ningún sitio”, confesó a The New Yorker el mes pasado.
 
 
Aunque intentó apaciguar su carácter mediante la sobriedad, sus demonios seguían detrás de él. A veces se montaba en su coche y conducía durante semanas, otras se pasaba días sin dirigirle la palabra a nadie. En 1981, cuando ya había ganado dos Emmys, su padre falleció. Durante sus últimas horas Anthony aprovechó para decirle que le quería (era la primera vez que se lo decía a alguien en su vida), pero solo se atrevió a besarlo una vez había muerto. “Al recoger sus pertenencias encontré un mapa de Estados Unidos. Siempre quiso ir allí. Se murió sin hacerlo”, lamentaría Hopkins. El médico le informó de que el corazón se le había hinchado por años y años de esfuerzo. “Cuando pienso en cómo mis padres se esclavizaron toda su vida en una panadería para ganar una miseria... yo lo he tenido demasiado fácil. Me avergüenzo de ser actor. Debería estar haciendo otra cosa. Actuar es un arte de tercera. Nos pagan demasiado y nos hacen demasiado caso. Me gusta la atención y el dinero, pero me siento como un estafador”, se lamentó en The Guardian.
 
A pesar del éxito de Magic, El hombre elefante o Motín a bordo, su carrera en Hollywood no despegaba y tuvo que regresar a Londres. “Esa parte de mi vida se ha terminado, es un capítulo cerrado. Supongo que tendré que conformarme con ser un actor respetable en el teatro y hacer trabajos respetables en la BBC durante el resto de mi vida”, declaró entonces. Una tarde fue al cine a ver Arde Mississippi y sintió envidia, rabia y frustración por no tener una carrera como la de Gene Hackman. Días después su agente americano lo llamó por teléfono: Hackman había rechazado el papel de Hannibal Lecter y él era la segunda opción.
 
 
El actor asegura que nunca ha sido tan feliz como después de cumplir los 75. Tanto, que hasta se ha echado un amigo y encima es actor: Ian McKellen, con quien trabajó en la película de la BBC The Dresser en 2015. La experiencia le animó a volver a Shakespeare, también con la BBC, en El rey Lear. Y durante el rodaje por fin comprendió por qué a tanta gente le gusta Shakespeare. Últimamente sueña con elefantes, como los que vio de pequeño vio en el clásico de aventuras de 1937 Elephant Boy con su abuelo. “También pienso mucho en un día que pasé con mi padre en la playa”, confesó a Interview. “Yo estaba llorando porque se me había caído a la arena un caramelo que me había comprado. Pienso en ese niño miedoso, que estaba destinado a crecer y a volverse un idiota en la escuela. Torpe, solitario, rabioso. Y quiero decirle: ‘No pasa nada, chaval, lo hemos hecho bien”.
 

 

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