Miércoles, 22 de mayo del 2024
La Lucha Libre, un símbolo cultural de México, llega a la portada de Vogue
Para Xavier Villaurrutia “la realidad de la máscara es el rostro. Separada la cabeza del tronco, cortada transversalmente, ahuecada, nace la máscara. Su pretexto y su justificación lo constituye el deseo de inmovilizar y amplificar un gesto”. La etimología de la palabra “persona” viene del latín, palabra homónima que designa una máscara utilizada por los actores en sus representaciones teatrales, sin embargo, en la actualidad empleamos la misma palabra para designar la singularidad de cada individuo. Es decir, por la máscara nos hemos convertido en personas. En la cultura mexicana las máscaras han jugado, desde tiempos prehispánicos, un papel importante, ya que ellas no solo ocultan, sino que liberan y fortalecen con poderes casi mágicos a sus portadores.
En el imaginario popular, la Lucha Libre es una de las tantas muestras culturales, en la cual las máscaras se unen a enfrentamientos simbólicos de naturaleza cosmogónica, representando la interminable batalla entre fuerzas antagónicas, entre las cotidianas dicotomías como la luz y la oscuridad, el bien y el mal, el cielo y el infierno, o los Rudos y los Técnicos. Y es que el cuadrilátero o ring es el escenario en donde se desarrolla esa lucha mítica, en la que los Rudos representan la trampa, la desobediencia de las reglas, el vencer al oponente sin escrúpulos, mientras que los Técnicos se rigen por un código moral estricto, por la obediencia a las reglas, el juego limpio y el honor.
Nacida en los albores del siglo XX, se conoce que los primeros eventos de lucha libre llegan a México en el siglo XIX, como un espectáculo extranjero. Se encontraba en los circos, en las ferias populares; sin embargo, durante la segunda mitad de ese siglo, en 1863, surge la figura de Enrique Ugartechea, el primer luchador mexicano, con quien comienzan a configurarse las bases de este deporte.
Ya en el siglo XX, Salvador Tutteroth funda la Empresa Mexicana de Lucha Libre, actualmente conocida como Consejo Mundial de Lucha Libre, realizando su primera función en septiembre de 1933, en la Arena México. Es a partir de este momento que este fenómeno cultural comienza a desarrollar un estilo propio, sus reglas, técnicas y tradiciones únicas, que se identifican actualmente como parte de la identidad mexicana.
En la lucha libre, la máscara resulta un elemento vital que representa justamente la personalidad de cada luchador, su potencia, su identidad y retoma, como parte de la cultura popular, elementos, formas y colores que en ocasiones provienen de diversas culturas prehispánicas.
La lucha libre es parte esencial de la cultura mexicana, es un fenómeno cultural que ha cautivado a multitudes durante generaciones. Pero detrás de icónicos luchadores como el Santo o Blue Demon, que fueron inmortalizados en películas, almanaques, fotografías e incluso juguetes, existen historias menos conocidas pero igualmente poderosas de la lucha libre femenil en México. Si bien la lucha libre en México ha sido tradicionalmente dominada por hombres, las mujeres han logrado desafiar la tradición. En las décadas de 1940 y 1950, mujeres como La Dama Enmascarada, primera campeona nacional en 1950, y La Marquesa rompieron barreras al ingresar al mundo de la lucha libre, enfrentando tanto el escepticismo del público como la resistencia de las propias asociaciones. Ya a mediados de los años 60, La Dama Enmascarada filmó algunas películas, entre las que destacan Las Lobas del ring, Las luchadoras contra la momia y Las Luchadoras contra el médico asesino.
Con la llegada de los años 70, se formó notoriamente un punto de inflexión para la lucha libre femenil en México. Con la popularidad del deporte en su apogeo, luchadoras como La Diabólica e Irma González, entre otras, obtuvieron un reconocimiento sin precedentes. Estas mujeres no sólo demostraron su habilidad en el ring, sino que lograron desafiar los horizontes del género en la sociedad mexicana de la época y también en el propio cuadrilátero.
Por esos años, la fotógrafa Lourdes Grobet centró su interés en la lucha libre, donde encontró un México profundo, “no el México folclórico, sino realmente la manifestación más mexicana que yo había visto”. Ahí halló constantes y sólidas referencias con lo prehispánico, en el ritual que se percibe en cuadrilátero, en las alusiones míticas y mitológicas, en las máscaras y en los colores, un fenómeno al que ella se refirió como algo ‘genuinamente mexicano’. Sus imágenes capturaron la fuerza y la belleza de las luchadoras dentro y fuera del ring, ofreciendo una mirada íntima de un mundo dominado por hombres. Grobet logró retratar la vida de estas mujeres en diversas series como Luchadoras o Lucha Libre, 1980-2018, proporcionándonos imágenes icónicas y una visión única de las mujeres luchadoras como seres maternos, amorosos y edificantes, al mismo tiempo qué fuertes y dominantes, una impronta en la que la disidencia se abre paso en un deporte dominado por lo masculino.
Fuente: vogue.mx