¿Cómo reconocer y evitar los alimentos ultraprocesados?
Martes, 5 de noviembre del 2024
La guerra contra los alimentos ultraprocesados empezó hace unos años, cuando la ciencia logró medir los efectos sobre la salud de décadas de alimentación industrial, que comenzó a extenderse por todo el mundo tras la Segunda Guerra Mundial.
Pues bien, por citar solo algunos de los estudios más recientes: en quienes consumen habitualmente alimentos ultraprocesados, el riesgo de muerte prematura aumenta un 10%, de acuerdo con el Instituto Nacional del Cáncer de Italia. Además, tienen un 17% más de probabilidades de padecer enfermedades cardiovasculares, un 23% más de afecciones coronarias y un 9% más de probabilidades de sufrir un derrame cerebral que las personas que los ingieren ocasionalmente, según la Escuela de Salud Pública Harvard TH Chan. Por ello ahora están en la banca de los acusados.
¿Qué son los alimentos ultraprocesados?
Marco Marchetti, profesor asociado de ciencias y técnicas dietéticas en la Universidad UniCamillus de Roma (Italia), se encuentra entre los denunciantes: “Los alimentos ultraprocesados no deben consumirse, o a lo más solo en cantidades mínimas”, argumenta. Incluso algunas investigaciones los consideran entre aquellos alimentos que te quitan años de vida.
Pero antes de proceder a la inquisición, es esencial aclarar de qué estamos hablando, porque varios alimentos sufren algún tipo de procesamiento – como el queso parmesano o el aceite de oliva extra virgen–, pero esto no los hace perjudiciales en absoluto.
“Un alimento se define como ultraprocesado cuando ha sido sometido a numerosos pasos industriales que aumentan su densidad calórica y la presencia de grasas, con frecuencia incluidas las grasas trans, conocidas por sus efectos negativos para la salud. Estos alimentos también contienen grandes cantidades de sal, azúcares y aditivos químicos; además, no aportan nutrientes clave, como vitaminas y fibra, por lo que debilitan la microbiota, convirtiéndolos en una amenaza para nuestro organismo”.
En resumen, son bombas calóricas que aumentan tanto la obesidad, con los consecuentes riesgos sobre todo a nivel cardiovascular, como la desnutrición. En cambio, cuestan poco, no requieren esfuerzo y satisfacen el paladar. Y mientras destruyen tanto las tradiciones locales como la biodiversidad, estandarizan nuestro sentido del gusto. “Lo grave es que también son adictivos, porque nuestros receptores se acostumbran a esos sabores –sobre todo a los dulces–, empujándonos poco a poco a querer más y más de ellos. No es casualidad que una conocida crema untable haya aumentado gradualmente su contenido de azúcar, porque la [versión] de hace años ya no sería aceptada hoy”.
Identificando los alimentos ultraprocesados
Reconocer los alimentos ultraprocesados requiere un razonamiento muy sencillo: “Hay que evitar todos los alimentos que no formaban parte de la dieta de nuestros abuelos”, sugiere Marchetti. Por poner algunos ejemplos: ellos no comían papas fritas en bolsa, sopas instantáneas, cereales enriquecidos para el desayuno, yoghurt aromatizado, chiles en lata, mayonesa en tubo.
Y si antes cocinabas una pechuga de pollo a la plancha con unas pocas especias, lo hacías al natural, mientras que hoy “si la compras ya preparada, la lista de ingredientes se alarga mucho, introduciendo conservantes y otros aditivos”. Y cuidado: en general, cuanto más larga es la lista –y conforme contenga más sustancias que no existen en la naturaleza–, más hay que desconfiar. Además, el abuelo comía requesón, que procede de la transformación de la leche, y desde luego no queso en láminas mezclado industrialmente. Es cierto, sin embargo, que a veces se permitía comer jamón –sí, las salchichas y las carnes procesadas entran en la categoría de alimentos perjudiciales para la salud– “pero solo de vez en cuando”. Recomendación: resérvalos para ocasiones especiales.
Y esto abre el campo a otro tema espinoso: “Hoy comemos como si siempre fuera Navidad, la restricción calórica que deberíamos poner en práctica se ha convertido en una utopía porque tenemos una oferta de alimentos tan grande que hemos perdido incluso el sentido de lo que tenemos en el plato”. Eso sí, puedes seguir comiendo jamón, porque “una vez cada quince días no es malo para nadie”. Pero si lo comemos todos los días durante la hora del almuerzo en un bocadillo, que además eleva el índice glucémico –o peor aún en un sándwich o en una tostada (sí, incluso el pan empaquetado está ultraprocesado)–, entonces no tiene ningún sentido gastar mucho dinero en suplementos para compensar la falta de nutrientes.
Y si todavía no estás convencido de los motivos por los que deberías evitar los alimentos ultraprocesados, recuerda que incluso también tienen efectos en la salud mental.
Fuente. gq.com